Juan es uno de los
cinco millones y medio de parados que hay en el país. Lamento que el país sea
España, y que el caso suceda en Andalucía, pero es así. En este, como en otros
países europeos, el problema del paro laboral se ha atrincherado tras las
débiles paredes de un estado incapaz de hacerles frente.
Juan
tiene a su favor además de un carácter excepcional y afable, su buen humor y
simpatía, una mujer que lo quiere y una familia que permanece unida. Mientras
su mujer aun conserva su trabajo que le aporta un respetable sueldo, Juan
organiza la vida familiar de forma que le quede tiempo para todo. Lleva a los
niños al colegio, prepara la casa y la comida, hace la compra.
Ahora
está comprando en la panadería de la calle y el hombre que la atiende lo saluda
con la misma cantinela de cada día.
-¿Encontraste
trabajo, Juan?
Y
Juan le responde, como cada día también.
-Ya
he dejado lo de veibeme, Andrés, ahora soy agente de bolsa.
Ahora
pasa un coro de campanilleros por la calle y Andrés cierra la puerta para poder
hablar mejor con su cliente.
Juan
abona el pedido de pan y se dispone a recoger las bolsas que ha dejado en el
suelo, justo en el momento en que entran dos encapuchados armados con pistolas,
amenazando y pidiendo a gritos el dinero que hay en la caja.
En
la caja registradora apenas hay treinta euros en billetes y algunas monedas
para el cambio, y eso eleva el tono de las exigencias de los delincuentes. Uno
de ellos le agarra a Andrés el cordón de oro que lleva al cuello y tira con
fuerza tratando de arrancárselo. Andrés se defiende a patadas y manotazos en el
aire mientras grita a su vez pidiendo la ayuda de Juan y sujeta con fuerza el
medallón que cuelga de la cadena de oro.
-Por
tus muertos, Juan, ayúdame… ¡la medalla del Betis no, cabrones!, llevarse el
pan y el dinero… Por tus muertos, Juan, ayúdame, que me la arrancan, Juan, que
se le llevan.
Por
la calle pasa el coro de campanilleros que ya se ha dado la vuelta, haciendo
cimbrear sus panderetas. Tiemblan las voces pequeñas de los niños y les brilla
la nariz.
Juan
intenta sujetar al ladrón que quiere quitarle la medalla a Andrés mientras el
otro llena una bolsa con productos gourmet del escaparate. Andrés se revuelve
como un león sin soltar su presa y el otro tira de la cadena sin resistirse a
soltarla. Uno defiende su escudo, la medalla de su equipo real, y el otro
piensa en el oro que lleva puesto el panadero. Casi están rodando por el suelo
enganchados los dos.
Juan
forcejea entre ambos tratando de hacer algo, cuando se abre la puerta y un niño
escapado del coro asoma su carita despistada y hambrienta y pregunta cuánto vale un
donuts, y un ruido sordo y sin sentido se le clava en un lugar del alma y cae sobre
el suelo impoluto de la más vieja panadería del barrio.
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