blues y blog

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jueves, 9 de agosto de 2012

EL NUEVO MUNDO

Al terminar la segunda guerra mundial, una línea invisible dividió el mundo dejando a un lado a los vencedores y a otro a los vencidos, y como respondiendo a una ley que no estaba escrita y nadie refrendó, los vencedores fueron considerados los buenos mientras que el bando derrotado pertenecía al depravado y salvaje grupo de seres que habían ocasionado el nefasto tiempo que se vivió entre guerras inhumanas y brutales.

El bando vencido fue sometido y despojado de todos sus derechos. Se les confinó en una parte del mundo en la que estaba prohibida la presencia de los buenos para que estos no fuesen contaminados, y viceversa. De modo que efectivamente y de forma más real y visible, el mundo a partir de entonces estuvo formado por dos bandos contradictorios y antagónicos separados por una invisible franja que nadie tenía permiso para traspasar.

En principio se dictaron infinidad de órdenes en uno y otro bando referentes a prohibiciones, derechos y deberes de ambos sectores. El mundo era muy grande, pero las medianías estaban aseguradas en todos los sentidos. La mitad de la población ocupaba el bando de los buenos, disfrutando del bienestar que consideraban merecido, mientras que la otra mitad permanecía en el ostracismo de los perdedores.

Los vencedores se convirtieron en déspotas y maniqueos jefecillos dispuestos a ejecutar órdenes perversas. Los vencidos, doblemente humillados, se manifestaban con ligeras escaramuzas que eran rápidamente disueltas y después de forma individual o en grupos cometían todo tipo de desmanes.

Había un jefe supremo para cada bando. Se habían abolido los mandos militares y en cada sociedad se estableció un sistema de guardias de índole civil que rendía cuentas cada día a un inmediato superior, hasta llegar al supremo.

En el mundo de los buenos o vencedores, las únicas anomalías eran las detenciones que cada día se efectuaban sobre elementos del bando contrario que infringían las reglas, saltaban al mundo ocupado por la gente honrada, eran reconocibles por un aspecto vulgar y sucio y el vocabulario soez de delincuentes reprimidos. No había alteraciones provocadas entre los habitantes buenos, gente a la que se le habían suprimido los impuestos y otorgado toda clase de privilegios. Los malos o vencidos costeaban con su trabajo la vida holgazana y libre de los opresores. Estos, a su vez, contaban con un líder que neutralizaba leyes de igual modo que las creaba. Cada una de sus órdenes revocaba otra anterior y el caos organizado en su estructura social era cada día más insufrible. La gran muchedumbre que resultó del bando de los vencidos era gente proscrita e insolente que vivía entre peleas y crímenes. De igual modo en el bando de los vencedores el despotismo mostrado contra los vencidos solo tenía parecido con la empalagosa y artificial gestión de sus propios asuntos.
Los jefes de ambos mundos tuvieron noticias del caos insuperable que se estaba organizando a cada lado de los territorios y decidieron reunirse para hablar de ello y tratar de poner soluciones.

Poder vivir en paz era todo lo que deseaban. El único sitio neutral que quedaba en la tierra era la línea invisible y divisoria que los separaba y hubo que establecer la mesa de diálogo sobre un promontorio al aire libre, sobre el cual los dos mandatarios se estrecharon las manos cordialmente. Todo hacía prever un feliz acuerdo.

El primero en hablar fue Opaco, como representante del pueblo perdedor.

-Hermano, nuestra contienda quedó atrás y firmamos las bases de un contrato, pero nuestra inteligencia no puede permitir más abusos por vuestra parte. Lleguemos a un acuerdo.
-Así se hará –Respondió Lúcido estrechando la mano de Opaco y ofreciéndole una mirada limpia de rencores.

Durante tres días permanecieron en el mismo lugar sin admitir injerencias ni consejos de sus subordinados, de los que solo recibían agua y comida que les ayudara a mantenerse despiertos y enteros para seguir negociando.

Al final del tercer día habían quedado concluidas las negociaciones a falta tan solo de unir ligeros flecos y las firmas correspondientes que pondrían fin al lamentable estado de cosas que habían estado sucediendo. Al cuarto día, descansados y limpios y desde el mismo lugar que se señaló en un principio como zona neutral, se declaró abolida la simbólica raya que dividía a los bandos.

Fue la primera de una larga lista de cambios que habían de ponerse en marcha desde aquél momento. Opaco y Lúcido, vestidos ambos con ropas neutras que no mostraban pertenencia a ninguna de las dos fases, hablaron para sus súbditos ofreciéndose gentilmente la palabra uno a otro.

-Hermanos –Era la forma habitual que tenía Opaco de dirigirse a su gente-, desde este momento todo ha cambiado y de igual modo que estamos aquí Lúcido y yo y nos estrechamos las manos, habéis de hacerlo vosotros en un gesto de buena voluntad. Desde este momento habrá un solo mundo y una sola condición humana. Todos seremos iguales y nos ofreceremos unos a otros el mismo tratamiento, y si alguien no cumple lo que desde ahora está pactado y firmado en los acuerdos, será fulminantemente desterrado a la tierra de nadie, en la que solo vivirán los insumisos y las bestias.

Guardó silencio durante unos segundos, al fin de los cuales tomó la palabra Lúcido para hablar en el mismo tono conciliador, pero firme y decidido que utilizó su compañero.

-En nuestros acuerdos solo quedan por establecer las bases sobre las que se asentará nuestro futuro. Es decir, seremos todos iguales, perteneceremos a la misma categoría, tendremos igual trato, los mismos derechos y deberes, pero seremos todos buenos, o todos malos. Y en esa cuestión, hermanos, es en la que os toca decidir a vosotros.

El mundo enteró votó sin compromiso y sin atender a arengas revolucionarias. La cuestión que se planteaba en el referéndum era una sola: “Quieres ser Bueno o Malo”. Ni siquiera vencedores o vencidos, sino la consecuencia de aquél otro acto resultante de la gran guerra. Las urnas se llenaron de combustible. El papel arde bien y los que no estaban de acuerdo con la fórmula utilizada les prendían fuego una y otra vez para que no se conocieran los resultados. Nunca se supo si eran los partidarios de uno u otro bando los que cometían el delito, o si se hacía solo para darle más emoción a aquél mundo que estaba comenzando a ser considerado un estado de papanatas y serviles alguaciles portadores de cajas llenas de papeletas.

Al final se optó por fabricar urnas de un material resistente a cualquier otro intento de destrucción, y después de varias semanas se conoció el resultado.

Todos iban a ser buenos.
Hubo intentos de sublevación, sabotajes y atentados pretendiendo poner en peligro la nueva vida que se estaba estableciendo en aquella tierra tan falta de esperanza, pero al final se impuso el orden. Los reincidentes que se amotinaban contra las normas, de uno u otro carácter, después de varios intentos de conducirlos por el lado de la obediencia sin resultado positivo alguno, fueron conducidos a aquél territorio prometido como limbo de escarmiento en el que eran confinados.

Y el mundo comenzó a ser el paraíso que algunos habían soñado. L

os hombres y mujeres de aquel estado único llamado Nuevo Mundo comenzaron a entrar en un contexto de exagerada exaltación de gestos que los situaban al borde del mimetismo y la ramplonería. Los ácratas no exteriorizaban sus sentimientos por no entrar en discordia con los creyentes. El anarquista reprimía sus ansias y era infeliz de una forma sobrenatural y lógica. El aventurero guardaba distancia con la aventura pues sus riesgos eran motivaciones que podían romper el estado del bienestar conseguido. La prostituta ensayaba sus poses ante el espejo añorando momentos de lujuria que ahora no podía mostrar a nadie. Los ladrones, los timadores, los corredores de apuestas prohibidas, la gente que solía vivir de espalda a la legalidad, se reunía en garitos solo para recordar viejos momentos de gloria.

En contra de lo que habían deseado, todos eran infelices. Solo los tontos se libraban del sentimiento de frustración que los estaba enloqueciendo. Las mujeres morían de tedio, los hombres que odiaban a sus mujeres se lanzaban desde los precipicios antes de acometer el acto del abandono o el crimen. Se escuchaban contar historias terribles de aquellos que fueron expulsados del Nuevo Mundo y era preferible morir antes de ser cazados en el acto de la insumisión. Los violentos se resignaban a morderse las uñas o entraban en cólera en la soledad de sus cubículos destrozando cuanto se les ponía por delante. Los niños no aprendían con libertad otros juegos que fuesen ajenos a los valores predominantes. Se estaba creando una sociedad de gente pálida y sin recursos para hacer frente a la soledad.

Pálido y Opaco estuvieron de acuerdo al asegurar que la ausencia de maldad constriñe al ser humano y lo priva de libertad. Los que habían decidido una formas de conducta no habían tenido en cuenta la propia condición del hombre, su libre albedrío, y ahora se veían confinados a un proceso mil veces peor que el de ser expulsados al limbo de los insumisos.

Se sucedían los suicidios, el odio se reflejaba en los ojos, se propagó un medio de denuncia que los envilecía y al tiempo creaban su propia camarilla de truhanes, la vanguardia de una nueva joven guardia que rememoraba métodos antiguos, que pronto serían de nuevo evaluados y puestos en práctica aceptados bajo ley y con todas las consecuencias.

El orden volvería a imponerse sobre el desorden o el caos se implantaría sobre la tibieza y la inopia imperantes. El hombre volvería a mostrar su inteligencia, a desarrollar su verdadera capacidad, a mostrarse tal cual fue concebido. Un hombre igual a una maldad, una insensatez, una locura, una genialidad o una majadería.

Lentamente se fue aceptando el nuevo orden de las cosas sin que se pusieran reparos ni hubiera que celebrar elecciones para ello. La gente volvió a las ciudades, se crearon barreras, fronteras, banderas, estados. Circularon los trenes, se transgredieron normas y leyes, hubo crímenes y estafas increíbles y mafias asesinas, prostitución, comercio de seres humanos, guerras... El hombre respiró tranquilo. El aire volvió a estar contaminado.


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Maria D. Almeyda ......

Sevilla, febrero, 2011.

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