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martes, 14 de febrero de 2012

FIGURAS (En San Valentín)

Se apoyaba en el vano de la puerta y su figura parecía una columna de éter blanca, sin niveles y recortada en un punto estático del recuerdo.
    A veces pensaba que nunca fue real, pero siempre estuvo segura de que existió ciertamente, aunque tampoco se atrevería a decir que lo que ve ahora es un motivo producido por su imaginación. Es posible que todo fuese entonces vaivenes desfigurados de su mente que le ponía a sus ojos medio ciego, formas y líneas para completar lo que le faltaba a su vista.

    Otras veces creía verlo cuando solo era o parecía ser una bola de estopa que ha formado el viento reuniendo restos por los acantilados. Entonces se decía que en los acantilados no se producen estas formaciones de paja y jaras secas más propias del desierto, y le buscaba un nombre distinto por el que distinguirlo y nombrarlo en caso de que quisiera hacerlo.

    En verano lo convertía en mar cuando ella decidía ser una isla y dejaba que sus aguas la salpicaran suavemente. En otras estaciones, sin embargo, elegía con cuidado para entrar en el juego de las pertenencias, y nunca permitió que fuese un huracán, o lluvia pertinaz o viento dislocado. Si acaso un aguanieve que la fuera impregnando si al fin decidía no escapar y se quedaba a la orilla mirando el escaparate del mar, separada del toldo hasta calarse entera.

    Aquella figura humana siempre adoptaba formas diferentes, las que ella quisiera darle, y solían ser envolventes, amables, olorosas. Y fuese lo que fuese siempre era una figura humana. En sus percepciones más íntimas ella sabía que, disfrazase de lo que disfrazase al visitante en su imaginación, aunque fuese una cafetera o el remo para hacer avanzar la barca, o una nube con formas abstractas, aquello siempre era una figura humana. Una figura humana masculina, para ser más exacta.

    Cuando desapareció, supo que tendría que recordarlo muchas veces, casi continuamente. Y sabía que su recuerdo llevaría aparejado un sentimiento de dolor. Y sabía lo que era aquél dolor insufrible. De forma maquinal y casi inconsciente comenzó a procurarle una nueva identidad, pasaportes falsos, historias diversas, formas irrepetibles, lenguajes, acentos, olores, sensaciones que siempre le fueron desconocidas en él. Le procuró un tacto suave, unas formas amables y lo ungió de amor para que, de la forma que fuese, bajo cualquier apariencia, se lo fuese regalando cada vez que distraída o vocacionalmente, su mente lo dejaba al alcance de su vista para que ella lo fuese vistiendo de todo lo bueno que no le había dado nunca, y cubría con ello la soledad elegida y el recuerdo aceptado por su propia necesidad de recibir ternura.

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