blues y blog

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jueves, 7 de febrero de 2013

¡VIVA DIOS INTERNET!


Cuando se pierde la perspectiva de la realidad es como si la tierra desapareciera de bajo nuestros pies.

A mí me pasa algo parecido. La inseguridad me domina, soy igual a alguien que de pronto ha perdido la vista y se arriesga a dar el siguiente paso aunque está dominada por el miedo y teme que sus pies caigan en un abismo. Lo teme pero se lanza. Sus pies y ella son arrastrados al abismo de lo desconocido.

       Más o menos fue así: Yo no tenía una realidad para palpar, solo tenía una realidad virtual a la que me aferraba como si aquello tuviese asas, personalidad, carácter. A veces creía que necesitaba aquélla realidad basada en una pantalla fría que emitía destellos de colores, ráfagas de emociones, algún afecto cercano a la incredulidad.
      Me fui tras ella. Siempre es más cómodo asistir a los estrenos desde la butaca, que subida al pescante o al muro de los soportales para verlo todo desde fuera y gratis. Me emocioné, qué duda cabe, me sentí importante, mucho más importante sentada en la butaca que subida a las tapias, desde luego.          
      Tenía vecinos nuevos que me saludaban y me concedían importancia, aunque desde el principio yo supiera que en aquél patio de butacas predominaban las apariencias. Después llegaron ellos, los dominantes, los que imponen las normas y dictan las sentencias. Y me invitaron a salir del recinto.     De lo que objetaron pero no entendí nada no puedo hablar. Por lo que supuse que debo ser lela, porque me aseguraban que estaba claro. Al parecer me hacían un favor dándome cuartelillo, entenderían que yo hiciese esto o aquello indicando las pautas de lo que debía hacer.
       Lo hice, pero perdí pie y caí porque no sé caminar a oscuras. No tuve la malicia de agarrarme a los bordes, no sabía siquiera que los hubiera; solo me fui, salí del espacio abierto e iluminado al que ya me sabía adaptada y tomé el camino de señales equívocas, las que me habían puesto antes para hacerme caer en el error de tomarlas.
       Todo era virtual, pero para mí que todo formaba parte de una realidad tangible, de un mundo cercano y práctico, tocable, tóxico, contaminante. Como todos los mundos orgánicos. Desde entonces supe que era peligroso asomarse al mundo exterior de las redes sociales de internet, tanto como arrojarse sin red desde un trampolín cuando ni tan siquiera eres el mono del circo.
       Yo cometí el error, pero no aprenderé nunca. Soy un animal anciano de costumbres arcaicas, arraigadas, de raíces profundas. Y nunca entenderé que yo no pertenezco a este mundo en el que he querido encasillarme como si lo entendiera. Y que este Gran Dios moderno, Internet, que ha venido a sustituir a todos los otros dioses omnipresentes, omniscientes y cargados de sabiduría, es mucho más inteligente y poderoso que todos aquellos otros que ya han pasado a la historia.
       A los otros tal vez se les podría engañar. A este no.
       ¡Los viejos Dioses han muerto!
       ¡Viva Dios Internet!


                                                                       



                                                                            O-O

miércoles, 6 de febrero de 2013

VERSOS CLANDESTINOS



Tengo la certeza de que siempre llego tarde a todas partes. Cuando nací ya habían descubierto todas las cosas importantes y se habían escrito las más grandes y hermosas novelas, se habían construido catedrales, se habían organizado las comunas, la gente sabía para qué usar el fuego y el aceite y de donde había que extraer la leche, cómo se fabricaba la miel y se hacían todas las cosas que eran o no eran necesarias.

     Los rusos y los americanos se repartían la tierra, los dioses se multiplicaban, se había inventado la coca cola, se habían hecho todas las cosas grandes que se podían hacer y se preparaba el asalto a la luna y a otros planetas. Por eso creía que nada de lo que hiciera ya merecería la pena.

     Pero todos buscamos cosas. Y si no se encuentra nada nuevo, se inventa, se copia, se falsifica, se hurga en el interior de las cosas hasta saber de qué están hechas. La vida es eso, búsqueda, insatisfacción. A veces, casi nunca sabemos lo que buscamos, pero cuando lo hallamos sabemos que era eso.

     Los poetas andamos infatigables en la búsqueda de hacer visible lo oscuro y clandestino y solo cuando creemos tenerlo entre las manos sabemos que lo hemos encontrado.

     Después todo fue más sencillo. Sabía lo que quería y sabía lo que estaba buscando. Corazones, sentimientos, gente sencilla que estaba ahí tras una amistad de años sin hacer ruido, sin combatir ausencias, sin extrañarse de nada. Gente nueva que llegó segura de quedarse como yo ahora estoy segura de haber llegado a tiempo a todas partes.

     Algunos hasta queremos ser algo que no somos. Yo, por ejemplo, quisiera ser mi antepasado y descubrir el fuego, y ser mi fuente y estar donde está el agua, y tener veinte años de forma permanente y estar en cada casa donde se cuecen versos y recitar canciones en la plaza. Yo quisiera ser esa hoja volandera que recuerda un soneto. Quisiera ser el verso suelto de un poema, algo tan necesario como eso: estar en una esquina de Quevedo, en la mitad de un torbellino de Neruda, en la punta del dolor de León Felipe, en la calle de la paciencia de Machado y en una filigrana verde de García Lorca. Y quisiera ser la tinta que dibujó estas páginas que dan entrada a las clandestinas ideas, la huida, la estancia y el retorno. Pero ni siquiera soy un verso que ha dejado de ser clandestino.



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