blues y blog

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viernes, 17 de febrero de 2012

CONFÍO...

Cuando salgo por las mañanas a trabajar aun no han puesto las calles, no funciona la vida, no circulan los autobuses, no huele el pan recién hecho en las tahonas. Solo algún claxon histérico de coche de policía frecuenta el barrio a deshora. Choco mi vaho contra el de otro transeúnte aterido y contrahecho por el frío y es como un saludo solidario que nos damos dos desconocidos. Confío en que mis hijos se levanten con tiempo para ir al colegio. Confío en que no les pase nada por la calle. Confío en que no me despidan el viernes al terminar la jornada. Confío en no romperme un hueso, si resbalo con esta capa de hielo que cubre el suelo. Cuando vuelvo a mi casa están quitando las calles que conozco, apagando el día, encendiendo la noche. Confío en que todo continúe igual por la mañana.

martes, 14 de febrero de 2012

FIGURAS (En San Valentín)

Se apoyaba en el vano de la puerta y su figura parecía una columna de éter blanca, sin niveles y recortada en un punto estático del recuerdo.
    A veces pensaba que nunca fue real, pero siempre estuvo segura de que existió ciertamente, aunque tampoco se atrevería a decir que lo que ve ahora es un motivo producido por su imaginación. Es posible que todo fuese entonces vaivenes desfigurados de su mente que le ponía a sus ojos medio ciego, formas y líneas para completar lo que le faltaba a su vista.

    Otras veces creía verlo cuando solo era o parecía ser una bola de estopa que ha formado el viento reuniendo restos por los acantilados. Entonces se decía que en los acantilados no se producen estas formaciones de paja y jaras secas más propias del desierto, y le buscaba un nombre distinto por el que distinguirlo y nombrarlo en caso de que quisiera hacerlo.

    En verano lo convertía en mar cuando ella decidía ser una isla y dejaba que sus aguas la salpicaran suavemente. En otras estaciones, sin embargo, elegía con cuidado para entrar en el juego de las pertenencias, y nunca permitió que fuese un huracán, o lluvia pertinaz o viento dislocado. Si acaso un aguanieve que la fuera impregnando si al fin decidía no escapar y se quedaba a la orilla mirando el escaparate del mar, separada del toldo hasta calarse entera.

    Aquella figura humana siempre adoptaba formas diferentes, las que ella quisiera darle, y solían ser envolventes, amables, olorosas. Y fuese lo que fuese siempre era una figura humana. En sus percepciones más íntimas ella sabía que, disfrazase de lo que disfrazase al visitante en su imaginación, aunque fuese una cafetera o el remo para hacer avanzar la barca, o una nube con formas abstractas, aquello siempre era una figura humana. Una figura humana masculina, para ser más exacta.

    Cuando desapareció, supo que tendría que recordarlo muchas veces, casi continuamente. Y sabía que su recuerdo llevaría aparejado un sentimiento de dolor. Y sabía lo que era aquél dolor insufrible. De forma maquinal y casi inconsciente comenzó a procurarle una nueva identidad, pasaportes falsos, historias diversas, formas irrepetibles, lenguajes, acentos, olores, sensaciones que siempre le fueron desconocidas en él. Le procuró un tacto suave, unas formas amables y lo ungió de amor para que, de la forma que fuese, bajo cualquier apariencia, se lo fuese regalando cada vez que distraída o vocacionalmente, su mente lo dejaba al alcance de su vista para que ella lo fuese vistiendo de todo lo bueno que no le había dado nunca, y cubría con ello la soledad elegida y el recuerdo aceptado por su propia necesidad de recibir ternura.

domingo, 12 de febrero de 2012

UN JUEZ LLAMADO QUIJOTE

Si yo cometo un delito y me descubren, me meten presa, me hacen un juicio y me condenan. Aunque tenga abogados defensores y aunque el delito no sea grave. Depende de quién sea yo, qué categoría social tenga, qué relaciones aporte, que tipo de ropa use, qué bufete de abogados me represente.
      ¿Para qué nos engañamos diciendo que la justicia es igual para todos? No es verdad. La justicia tiene distintas capacidades y medidas; varas de medir, que se decía antes. Un delincuente común de baja estofa, un muerto de hambre que trafica merca para ir tirando y pagar su propio consumo, sufrirá una condena mayor, en comparación, que el traficante que negocia con toneladas de cocaína, si éste ha sabido buscarse el apoyo legal del que ha carecido el desgraciado que vende las menudencias.
    La justicia funciona así, no hay que darle más vueltas. Y no es una cosa nueva. Hace algunos años, un amigo tuvo problemas bastante serios con la justicia. Por alargar engañándose una gran crisis económica, dio talones sin fondo. El abogado defensor le dijo que podía sacarlo del apuro, que no iría a la cárcel o que la pena sería la mínima y con los atenuantes que presentaran no debía temer nada. Pero que vendiera lo que tuviera de valor si no tenía dinero, porque iba a necesitarlo para untar muchas togas.
   Actualmente, a nuestro alto, guapo y simpatiquísimo infante consorte, duque de algo para más señas, no se le va a grabar su declaración cuando vaya al juzgado a declarar por su imputación, porque “no todos los imputados son lo mismo”, según palabras que justifican esta medida, de un miembro del partido judicial en el gobierno. Si ya comenzamos estableciendo diferencias, podemos calcular lo que nos espera por ver todavía.
   Y esto es así. Las leyes parecen estar escritas en diferentes libros, con artículos que se desarrollan de distintas formas, con diversos planteamientos; los jueces parecen haber asistido a distintas escuelas para jueces, los condenados lo son en razón de su bolsillo. La justicia también se compra y se vende, como en tiempos de don Francisco de Quevedo.
  
   Lo que ha sucedido con la condena y el anterior procesamiento de Baltasar Garzón, ha estado motivado por las antipatías, los recelos y las envidias que el juez levanta. En el mundo de las leyes y los leguleyos hay muchas categorías, y enfrentamientos y celos, como en el mundo de la judicatura, de los fiscales. Como en el mundo del arte, de las vedettes y de los grandes y mediocres chupatintas. Los escritores se copian y se envilecen hablando mal del que ha vendido más libros que él o del que tiene más fama. Los jueces, por muy jueces y dueños de las leyes y sus interpretaciones que éstos sean, algunos de ellos, claro está, no dejan de ser personas cargadas de miserias y vicios y defectos humanos.
   Esto es así, de siempre, no hay que darle más vueltas. Lo sabemos todos. Lo que nos ha pasado ahora es que la figura del Juez Garzón nos ha llegado muy adentro a los que no somos rapaces compañeros de despacho ni ostentamos el título de juez. Lo que nos ha pasado a los que defendemos al Juez Garzón es que hemos visto en él a la figura valiente capaz de enfrentarse a instituciones y gobiernos, de desafiar la fuerza bruta del terrorismo, de ponerse al frente de las investigaciones para descubrir y castigar mafias corruptas protegidas por gobiernos constitucionales. Nos ha pasado que levantó la tierra para buscar los cadáveres de nuestros muertos, asesinados por el régimen de Franco, aquel dictador que sigue intocable y vivo después de que ni uno solo de sus huesos quede entero para el recuerdo.       

    Yo sé que si este Juez, estando de guardia, le toca llevar mi caso por haberme llevado un abrigo sin pagar de unos grandes almacenes, me juzgará, me impondrá un castigo aunque yo lo mire con cara de no haber roto un plato y lo odie por no tenerme compasión. Lo sé, pero no es eso lo que estamos acusando. Si el juez no tendría compasión de mí, ¿por qué he de tenerla yo de él? Pues sencillamente porque el juez está haciendo su trabajo y utiliza las armas que tiene para infligir un castigo sobre quien comete un delito.

    Bajo este punto de vista habrá que entender que los Jueces juzgan al Juez y lo condenan porque ha cometido un delito tipificado en el código civil como falta muy grave. Pues no, imposible admitir esto. Se le condena porque se le tiene preparada la tumba profesional, porque se la tienen sentenciada. Quienes le han envidiado y criticado por su osadía, por su relevancia, por su valentía. A nadie se le olvida que Garzón hizo lo que no hizo ni se le ocurrió a hacer a nadie, y fue detener a todo un dictador criminal y golpista a la primera ocasión que sacó la nariz fuera de su país. Que ha estado al frente de todas o la gran mayoría de las investigaciones por terrorismo, por tráfico y corrupción de este país; que mientras el nombre de ninguno de sus colegas ha sonado nunca, el suyo traspasaba las fronteras y generalmente lo hacía en alas del elogio y la felicitación de otros colegas o colectivos europeos y de Estados Unidos y países sudamericanos.       
    Y resulta que un grupo denominado así mismo “sindicato”, obtiene la ayuda necesaria por parte de otro juez para dar forma y contenido a la denuncia. Y a pesar del hecho contraproducente e inaudito, que por sí solo ya habría invalidado dicha petición de denuncia, en este caso es aceptada y llevada a trámite, desarrollada hasta sus últimas consecuencias. Y es así como todas las envidias se fortalecen aunándose. Y cómo hurgando y espulgando e insistiendo y desmenuzando cada letra de las que tan bien conocen los señores letrados, se llega a la conclusión de que el Juez Garzón ha prevaricado.        
   
    Algo tenía que hacer mal el Sr. Garzón. Actuar sólo con la vigilancia de los fiscales, ayudado y apoyado en ellos, conocedores de las intenciones y sabedores de lo que hacían. ¿También prevaricadores? Al parecer esa falta –si lo es-, no les concierne a ellos.        

    Y a partir de ahí el camino está allanado para continuar haciendo mella sobre el nombre y la persona del Juez Garzón. Los mediocres unidos jamás serán vencidos. El Juez deja de serlo, mientras por la desolada llanura de un país llamado España, cabalga pobre y aterido, subido a un viejo jamelgo desnutrido al que le salen huesos hasta por las crines, la figura de un viejo acabado y vencido al que todos han dado en llamar Don Quijote.