blues y blog

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miércoles, 27 de junio de 2012

DOS PASOS POR DOS

Dos pasos por dos, multiplicados. Como dos pajarillos menudos y confiados, una al lado de la otra, despacito, con cuidado.

Desde lejos se sabe que es María quien arrastra los pies y Marta quien da la zancada más larga y decidida. Pero contiene el paso para ajustarlo al de María, porque si no lo hiciera así no podrían ir agarradas por el brazo.

María se ayuda de un bastón y sujeta con fuerza el brazo de Marta como si el temor de caerse se redujese a través de aquel contacto. Marta le ofrece confianza porque es más fuerte y puede con las dos, y marcha más segura y sin bastón y tiene mejor vista y habla con más resolución y firmeza.

María es tímida y apocada, pero también es simpática, alegre y en ocasiones, incluso divertida. Pero para llegar a esos extremos primero tiene que haber cogido confianza.

Son vecinas, solteras, sin familia alguna desde hace tiempo, viven una para la otra desde que se vieron un día como si se hubiesen desconocido hasta aquél momento. Y sin embargo habían ido juntas al colegio, y tenido las mismas maestras severas y estiradas, compartido las mismas amistades, sufrido las mismas penalidades, vivido la misma guerra, enterrado a los mismos camaradas y habían asistido a las bodas de las mismas amigas que se habían desposado con los mutuos amigos de siempre. Todos amistosamente muertos desde un pasado escalonado e incierto.

Solo ellas dos se habían quedado solas.

Y un día casi sin darse cuenta habían hecho la mudanza de la casa de una a la casa de otra. Se dieron cuenta de que tenían los mismos sentimientos, que practicaban las mismas herejías, que tenían las mismas ilusiones. Se miraban una a la otra confundidas, porque no sabían de qué se trataba aquello que sentían. Desconfiaban.

Pero a pesar de eso fueron acumulando miradas y sonrisas, intenciones, medias palabras, algún roce más o menos fortuito o inocente. Y cuando se dieron cuenta estaban instaladas en el corazón de la otra, en la casa de la otra, respirando el aire de la otra, comiendo en la mesa, durmiendo en la cama, soñando en el jardín tras la dama de noche perfumada de esencias. Y le dieron la espalda a los que hablaban.

Tapiaron sus oídos, sonrieron ante la burla descarada y aprendieron a dar sin recibir a cambio. Poco a poco los vecinos se fueron acostumbrado y verlas a las dos cogidas del brazo paseando por la plaza, yendo a misa, asistiendo a las fiestas del pueblo, bailando juntas cogiéndose las manos, como hacían todos los demás, sin diferencias, como otras muchas mujeres que bailaban solas por aquellos años, los pasodobles que la orquesta tocaba en la plaza durante las verbenas de todos los veranos.

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