blues y blog

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lunes, 29 de octubre de 2012

LA PANADERÍA


Juan es uno de los cinco millones y medio de parados que hay en el país. Lamento que el país sea España, y que el caso suceda en Andalucía, pero es así. En este, como en otros países europeos, el problema del paro laboral se ha atrincherado tras las débiles paredes de un estado incapaz de hacerles frente.
       Juan tiene a su favor además de un carácter excepcional y afable, su buen humor y simpatía, una mujer que lo quiere y una familia que permanece unida. Mientras su mujer aun conserva su trabajo que le aporta un respetable sueldo, Juan organiza la vida familiar de forma que le quede tiempo para todo. Lleva a los niños al colegio, prepara la casa y la comida, hace la compra.

       Ahora está comprando en la panadería de la calle y el hombre que la atiende lo saluda con la misma cantinela de cada día.
           
        -¿Encontraste trabajo, Juan?

Y Juan le responde, como cada día también.

        -Ya he dejado lo de veibeme, Andrés, ahora soy agente de bolsa.

         Ahora pasa un coro de campanilleros por la calle y Andrés cierra la puerta para poder hablar mejor con su cliente.

        



         Juan abona el pedido de pan y se dispone a recoger las bolsas que ha dejado en el suelo, justo en el momento en que entran dos encapuchados armados con pistolas, amenazando y pidiendo a gritos el dinero que hay en la caja.

           En la caja registradora apenas hay treinta euros en billetes y algunas monedas para el cambio, y eso eleva el tono de las exigencias de los delincuentes. Uno de ellos le agarra a Andrés el cordón de oro que lleva al cuello y tira con fuerza tratando de arrancárselo. Andrés se defiende a patadas y manotazos en el aire mientras grita a su vez pidiendo la ayuda de Juan y sujeta con fuerza el medallón que cuelga de la cadena de oro.

        -Por tus muertos, Juan, ayúdame… ¡la medalla del Betis no, cabrones!, llevarse el pan y el dinero… Por tus muertos, Juan, ayúdame, que me la arrancan, Juan, que se le llevan.
           
          Por la calle pasa el coro de campanilleros que ya se ha dado la vuelta, haciendo cimbrear sus panderetas. Tiemblan las voces pequeñas de los niños y les brilla la nariz.

          Juan intenta sujetar al ladrón que quiere quitarle la medalla a Andrés mientras el otro llena una bolsa con productos gourmet del escaparate. Andrés se revuelve como un león sin soltar su presa y el otro tira de la cadena sin resistirse a soltarla. Uno defiende su escudo, la medalla de su equipo real, y el otro piensa en el oro que lleva puesto el panadero. Casi están rodando por el suelo enganchados los dos.

          Juan forcejea entre ambos tratando de hacer algo, cuando se abre la puerta y un niño escapado del coro asoma su carita despistada y hambrienta y pregunta cuánto vale un donuts, y un ruido sordo y sin sentido se le clava en un lugar del alma y cae sobre el suelo impoluto de la más vieja panadería del barrio.





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