blues y blog

blues y blog
imagen

jueves, 26 de enero de 2012

PANEGÍRICO EN MI FUNERAL

He muerto.
Esto ya es un hecho consumado. Algo de lo que no voy a poder arrepentirme nunca, acaba de suceder.

Y ahora tengo ocasión de decir unas palabras. Sé que dejo atrás una familia, unos hijos, unos nietos, un marido.

Gente a las que durante cuarenta años he estado aligerándoles la carga, haciéndoles los trabajos sucios, provocándoles el lamentable desahogo de las mañanas cuando me utilizaban de despertador, lavándoles la ropa y haciéndoles la comida y manteniendo en orden y limpia esta preciosa casa de la que tanto presumen.

Sé que me echaran de menos, que lloraran por mamá, lloraran por mí, ahora tal vez esté alguno llorando muy sinceramente, llorando por mí. Yo sé quién es, no se preocupen. No vayan todos juntos a sacar los pañuelos.

Y sé que pronto me buscaran sustituta, mamá y esposa de repuesto. Y sé que seguramente tal vez, alguna vez y muy sinceramente, lamentarán mi muerte prematura y mi abandono.

Todo esto lo sé, aunque no presumo de ello. Más bien me duele un poco, y esto es como mi revancha. Pero no se preocupen, no quiero que sufran. Yo sé que ustedes no querían que yo muriera. No les interesaba.

Pero les aseguro que por una vez en la vida ha sucedido algo con lo que yo he podido estar de acuerdo. Y es que yo sí quería morirme, aunque solo fuera para decir estas palabras en público y fastidiarles la velada.

martes, 24 de enero de 2012

SOTIEL (o la inevitable necesidad de estar) y El Sotieleño


Lo bueno de no estar allí es que puedes volver cuando quieras

Y un día te levantas decidida y te vas, o ya lo tienes planeado, da lo mismo. Todo depende de tomar la decisión y enfilar el camino. La carretera es buena, no como antes, el camino se hace ameno, y cuando vas llegando, bajando hasta el valle, después de las últimas curvas, cuando sabes que tras aquel monte mordido por una ambición extranjera con mano de obra local está el pueblo, ya todo ha cambiado.
    Los olores, la vegetación, el color de la tierra y el del cielo, el agua que lleva restos de increíbles tonalidades, el puente que se mantiene orgulloso asomando una piedra milenaria bajo sus desconchones, su historia y un reflejo siempre permanente sobre el agua que pasa dormida entre sus arcos.

   Sotiel. Es como saber que tienes una posesión importante y fabulosa, algo inusitado que te atrae sin preámbulos y que al mismo tiempo que te retiene, se ofrece sin reservas. No sé si el mismo influjo que me cautiva lo ejerce sobre los otros miembros de la comunidad. No sé si los que están permanecen bajo la misma influencia o los que llegan van predestinados como yo a sufrir la catarsis del reencuentro. Pero la verdad es que todo es distinto allí para mí. Es como si cada piedra tuviera un secreto que está pidiendo ser contado o en cada pino silencioso se ocultara el alma de un pasajero del tiempo que no se fue del todo.

De entre los pocos habitantes que permanecen hay uno especial. Tal vez se fue y volvió, decepcionado; tal vez nunca se marchó. No sé quién es, pero tiene un blog en el que se llama a sí mismo “Sotieleño”, como única seña de identidad.

No dice nunca nada de él, no se sabe si es un hombre mayor o un joven, aunque parece conocer la historia y los personajes y cada piedra y cada camino, y que le haya puesto nombre a los pájaros, uno por uno. Calcula la hora de la salida del sol, sabe cuando se ocultará cada día definitivamente, detrás de qué picacho. Observa los movimientos del que llega y del se va, al menos los míos.
Después escribe en su blog las incidencias del día.

Hoy ha escrito: “has venido sola y te has marchado pronto. ¿Algún problema?”

No sé quién es. Le he pedido alguna vez que me lo diga, pero no contesta. Ya no le insisto más. Pero ahora cuando llego tengo algo más en qué pensar. ¿Estará mi “voyeur” mirando mis pasos, observando mis movimientos? Debe vivir cerca de mí, su casa y la mía no pueden estar lejos, ¿pero quién es? Si apenas queda nadie viviendo aquí. Es un viejo, un hombre mayor, no pude ser alguien joven pues relaciona gente con episodios difícilmente reconocibles por alguien que no haya cumplido los sesenta o setenta años. ¡Pero si ya no quedan ni viejos!

¿Quién es el “Sotieleño”? Me basta con saber que es alguien enamorado de su pueblo, que lo ama y lo respeta como solo se puede amar la cuna de uno. Y sé que es así porque entre sus palabras y las mías, no cabe ni una sola sensación diferente. Mido su capacidad de amar por la mía propia y sé que no me engañaré si afirmo que sea quien sea debe ser un hombre bueno.