blues y blog

blues y blog
imagen

sábado, 14 de enero de 2012

EL HOMBRE DEL SOMBRERO

El hombre se asomó a la barandilla del puente y se quedó absorto en el movimiento lento del agua.

Su sombra oscilaba allá abajo impulsada por la leve corriente, pero no se iba con ella; permanecía quieta, ondulante y pensativa bajo el sombrero, que meses atrás había rescatado de un contenedor de basura.
En aquél momento pensó en quien sería aquel hombre que poseyó el sombrero antes que él, el que lo había tirado por viejo, por usado o pasado de moda.

Luego pensó que el hombre estaba muerto, que sus familiares habían arrojado a la basura el sombrero junto con otras pertenencias, junto a sus cenizas y sus recuerdos.

Pensó que aquél hombre no había sido feliz ni querido ni respetado ni había tenido amigos, ni éxitos ni trabajos dignos ni una mujer amable que lo recibiera a la vuelta de sus viajes en el porche de alguna casa que no estaba en su recuerdo.

Después se subió a la barandilla y se dejó caer sobre su sombra y ambos hicieron un remolino que se tragó la corriente, ahora sí, violenta y en círculos concéntricos, agitados y hambrientos.

jueves, 12 de enero de 2012

VALENTINA

--Abuela, ¿sabes qué? Soy divina y rockera.
   Está deseando ser mayor, tanto como su hermana, pero tiene muy claro que no puede crecer de prisa ni alcanzarla. Sabe que el proceso es lento, que todo pasará lentamente, pero está mentalizada y sabrá esperar.
--Tengo un amigo marrón, abuela, se llama Omar, tiene el pelo rizado y se mete los lápices en el pelo y el dedo en la nariz, pero a mí me gustan más los niños rubios…
   Imparable, incapaz de estar callada unos minutos, cogida de mi mano, apretando mis dedos, dándome calor, un calor distinto al que llevo en la mano derecha, enguantada y negra.
--Tengo que decirle a Omar que está aquí mi abuela y que ya no me tire más del pelo porque si no mi abuela se enfadará.
   Como si la abuela fuese su adalid, la abuela de Piolín, alguien a quien la edad subió a un pedestal y su misma fantasía le imprime un carácter de personalidad importante
--No me gusta que me hablen con la voz aguda, abuela. Se creen que soy una niña pequeña.
   Pequeña donde yo diría chica. Rockera donde yo pondría ye-ye. Marrón lo que yo pintaría de negro. Contadora incansable de palabras donde yo pongo el silencio. Proyectos de crecer en varias direcciones donde a mí sólo me queda reflexión y recogimiento. Estatura que se eleva día a día junto a otra que empequeñece de igual modo. Sorpresa frente a hastío. Ilusión junto a cansancio disimulado apenas, lo justo para seguir andando un poco más.
--Abuela, los niños no se meten los dedos en la nariz, ¿verdad?
--No, claro que no.
--Abuela, ¿sabes qué?
--Que, dime qué.
--Es fenomenal… --gesticulando con todos los músculos de la cara—no te lo puedes creer, pero la malvada Davinia es una vam-pi-ra –y separa las sílabas recalcando la palabra.
--¡No!
--Esa soy yo.
--¿La vampira? ¿La malvada?
--Sí. –rotunda.
--¿Y por qué quieres ser la mala?
--Para que ningún niño me tire de los pelos.
   “Di que sí, Valentina. Sé la mala. Al menos mientras aprendas a defenderte. Sé la mala para mantenerlos a raya. Guarda esa sonrisa maliciosa para cuando seas mayor. Pero aprende a enseñar tus pequeñas garras para que ellos se vayan enterando”.
   Porque las cosas no están mejor de lo que estaban. Y mucha culpa de ello seguimos teniéndola nosotras, las mujeres. Pero me callo, guardo silencio junto a ella y no le digo nada. De todas formas creo que ella tiene claros los conceptos. Tan pequeña y cómo sabe atrapar mi mano para que yo no me pierda. Ella sabe que no puede ir más de prisa, que por mucho que quiera no será más alta ni tendrá la edad de su hermana cuando se levante mañana. Yo sé que no puedo ir más despacio, y que aunque lo intentara no conseguiría detener el tiempo. Las cosas están claras entre nosotras.

miércoles, 11 de enero de 2012

TIEMPO DE PODA

Tiempo de poda en los cementerios. Los álamos y los sauces eran despojados de sus ramas más viejas. Y en las fosas se realizaba una limpiezaque dejaba al aire los huesos más viejos que eran entregados a las familias de los difuntos, para que sus huecos fuesen ocupados por los muertos sucesivos

En nuestras calles los naranjos sembrados en los patios y en las puertas inocentes de las casas también quedaban vistos para sentencia. Me causaba dolor ver aquellas mutilaciones y no entendía que fuesen necesarias. Las calles se llenaban del intenso olor de las ramas quebradas olvidadas en el suelo. Pero a mí me entristecía pensar que en el cementerio, las ramas taladas pudiesen oler a muerto.

martes, 10 de enero de 2012

¡QUÉ BELLO ES SER POBRE!

Si nos fijamos bien, qué hermoso es ser pobre en los momentos actuales… Más que en estos momentos, en los momentos pasados, en los años pasados, siempre, ser pobre y haberlo sido siempre. Si siempre hubiésemos ido por ahí de pobres, nunca hubiésemos tenido necesidades.
   Hoy tenemos necesidades porque nos las han creado. Y nos las han creado porque hemos sido unos crédulos imbéciles que hemos querido ser diferentes, y después hemos ido por ahí presumiendo de no ser pobres. Ahí está el cuis de la cuestión. Pero si ya éramos pobres, ¿para qué hemos querido ser más pobres todavía? Y si ya conocíamos ese mundo y estábamos bien en él, para qué hemos querido cambiar? Bueno, será porque somos así, porque nunca nos conformaremos con lo que tenemos y si podemos aspirar a ser más, tener algo más, o ser menos pobres, pues lo intentamos, y a ver cómo sale el experimento.
  
   Pues ya ven, el experimento no ha salido bien. Pero no podemos quejarnos los pobres, porque bajo esta condición de miserables humanos, todo son ventajas. Si nos fijamos bien, una vez que somos pobres, -pobres del todo, pobres miserables, pobres de no levantar cabeza, pobres pobres de remate- todo en nuestra vida son ventajas. Y para ser pobres, claro está, hay que serlo de una vez, nada de andar siendo pobres a medias. Para ser pobres a medias mejor no somos nada.

   Pero decía que nuestra calidad de pobreza lleva emparejada una situación de bonanza y felicidad que nos ahorra una gran cantidad de sufrimientos y preocupaciones. Por ejemplo, los pobres de máxima calidad estamos exentos de pagar impuestos. No tenemos casa, por lo tanto nos ahorramos pagar hipotecas. Tampoco tenemos que gastar un céntimo en facturas de luz ni teléfono o gas. Nos ahorramos al mismo tiempo la penosa cuestión de la comunidad de vecinos, además de la cuota de la vecindad. No tenemos que preocuparnos por la inflación de la vida ni por el IRPF, por ninguno de los arbitrios municipales, por el precio de los carburantes, por el primero ni por el último día de las rebajas. Pasamos de modas y extravagancias, vemos la televisión desde la primera línea de los escaparates, viajamos sin temor a huelgas o descarrilamientos. Somos afortunados, qué duda cabe.
   Pero aun tenemos más ventajas los que somos pobres de solemnidad. Por ejemplo, nos ahorramos pagar el precio que nos piden por los libros escolares de nuestros hijos. Nosotros los educamos en la pobreza y prescindimos del coste abusivo de los libros y los materiales. Nosotros no compramos pan: simplemente aprendemos a usar los trucos necesarios para hacerlos desaparecer del cesto en los que nos los ofrecen tan amables, olorosos y candentes.

   Somos prestidigitadores. O Milagreros. Convertimos el tiempo en pasacalles, la noche en habitaciones oscuras, las estrellas y la luna en bombillas de bajo consumo.

   Los pobres de solemnidad como nosotros, tenemos las ventajas de no tener que ir al dentista. Tampoco hacemos mucho gasto en médicos ni especialistas en enfermedades. Los pobres no tenemos problemas de salud. Los pobres solo tenemos problemas derivados de usencia de buenas digestiones. Algunos solo somos excéntricos que por algún motivo ha tenido el capricho de tener una dolencia. Pero como norma general, cuando tenemos un mal ya es a última hora, y entonces directamente nos morimos sin necesidad de ocasionar gastos al erario público y mucho menos de vender un riñón para pagarnos una operación que al final no nos va a salvar de ser difuntos. Entonces nos morimos y santas pascuas. Nos ahorramos sufrir los trastornos propios de una operación cruel y dolorosa, andar por el resto de nuestros días con feas cicatrices, salir de los efectos de la anestesia, perder la conciencia hasta el estado vegetativo en que nos dejan los curanderos.

   Otro de los problemas por los que no tenemos que sufrir es el de la justicia. No tenemos cuentas pendientes con ella. Cuando uno de nosotros ha cometido un delito, por pequeño e insignificante que sea, directamente va al trullo si es cazado, sin preámbulos ni historias, sin tanto abogado de bufete caro, sin tener necesidad de salvaguardar nuestro prestigio, sin sentir que se nos ofende. Nos dejamos enchisquerar y nos dan de comer gratis por una temporada. Nosotros no necesitamos enmascarar los pequeños hurtos que hacemos con nombres estrambóticos que se amparan en el enmarañado sistema judicial para escurrir el bulto.

   Si lo hacemos lo pagamos. Aquí paz y después gloria. Y nos quedamos a gusto porque en nuestro mundo de pobres una de las cosas que primero hemos aprendido es a comprender que nada nos pertenece y que si algo que no es nuestro aparece en nuestras manos, o lo devolvemos enseguida o admitimos que somos ladrones. Nosotros, los pobres, no podemos permitirnos ciertos lujos. Por ejemplo, no podemos permitir que se desconfíe de nosotros, que pongan en duda nuestra honradez, que nos tilden de cosas que no somos. Somos pobres, pero por serlo no vamos a eludir nuestros compromisos con la justicia si en algún momento nos reclama algo. Ya que no podemos pagar con dinero, va por delante nuestra satisfacción a saldar deudas.

   O sea, que por todo lo expuesto y por consideraciones que me quedan aun sin desempolvar, tengo que admitir que ser pobre es una bendición del cielo. Ya no volverán a desahuciarme ni a llevarse mi coche ni a negarme plaza en el colegio por carecer de domicilio o no estar empadronada en las listas municipales de vecinos con clase, ni a prohibirme la entrada en la piscina ni a pedirme mi voto, porque ya no le intereso a nadie. Ya soy pobre, y los pobres que, como yo, no nos queda nada para dar, solo le interesamos a algunos programas de televisión que estudian sociológicamente nuestro caso.

   Ya veo los titulares: “El caso de los pobres felices”, y todos tras nosotros rogándonos que les demos las claves de nuestro secreto, que les entreguemos las llaves que abrirán las puertas del futuro para dejar atrás sus desastrosas vidas de medio pensionistas, medio alta, medio baja, medio rica o medio dependiente de papás, maridos y amantes. Nosotros, los rematadamente pobres somos además los miembros ilegales de un país que ya no puede seguir estafándonos. Y eso, sencillamente, nos llega al alma.