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miércoles, 19 de diciembre de 2012

SALOMÓN


--Vamos, Salomón, vamos que te duermes…

A duras penas consigo que se ponga sobre sus cuatro patas y me siga. Nos soportamos. Nos compenetramos. Si no fuese por él yo no saldría. Y al revés, si no fuese porque yo sacudo su pereza él se quedaría todo el día tirado moviendo el aire con el rabo. Como yo, de pronto se ha hecho viejo y ha dejado de ser juguetón. Creo que tiene rarezas típicas de su edad y está impertinente como muchos ancianos. A veces se lo digo y creo que me entiende. Ya de vuelta a casa tiraba de mí y de la correa como si tuviese urgencia por llegar, como si algo inefable y muy importante lo esperara al llegar a casa. A Salomón lo espera su manta junto a la chimenea y su tazón de leche. Y a mí, mi sillón junto a su manta frente a la chimenea y mi vaso de leche caliente. Somos un hombre y un perro, pero parecemos dos viejos amigos solitarios.




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