blues y blog

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viernes, 6 de enero de 2012

EL BELÉN DE LOS SANTOS INOCENTES


Todo comenzó como un juego, de la única forma que podían comenzar las cosas por entonces. Porque éramos jóvenes, casi niños, porque aquel desafío no podíamos tomarlo de otra manera que no fuese jugando, porque se avecinaban las vacaciones y en algo teníamos que echar el tiempo.
     Nos reunimos en asamblea, -aunque ninguno de nosotros supiésemos la literalidad de la palabra- en la calle, en el único lugar que teníamos siempre abierto a nuestra disposición. Y de nuestros devaneos mentales nació la idea de hacer un Belén viviente. Un Belén con seres humanos, de carne y hueso, en un hábitat natural que imaginamos que sería como el Belén de los acontecimientos.
      Pusimos en marcha la idea con una celeridad pasmosa, saltando por encima de todos los obstáculos que se nos presentaban. Aunque estábamos tan ilusionados que no recuerdo haber visto a nuestro alrededor ningún inconveniente que pudiera ser tomado como tal.
      Confeccionamos la ropa en el taller de costura de mi madre utilizando colchas adamascadas, viejas telas y cueros secos de animales que sacamos de nuestras casas. Cualquier cosa nos servía para transformarla en ropajes que tratábamos de imitar según cuadros y pinturas de la época en las que se podía ver cómo iban vestidos los personajes del cuadro bíblico que queríamos impresionar en carne y hueso.
       La localización del lugar en el que se instalaría el Misterio estuvo clara desde el primer momento. Por encima de la carretera, en un tramo visible después de una curva cuando se dejaba atrás la ermita tan solo por unos pasos, sobre un pequeño montículo en el que habían quedado casi destruidas unas cuantas chozas y zahúrdas, fue el lugar elegido sin discusión alguna. El invierno llenaba el suelo de hierba y era como un tapiz extendido por toda la ladera. Y a cada tramo, los rectángulos oscuros de los cuchitriles abandonados en los que quedarían alojados los peregrinos huyentes, los pastores y sus rebaños.
        Repartimos los papeles. Una joven belleza quinceañera sería la virgen y un joven alto y apuesto se quedó con el papel de San José. Cuando los tuvimos vestidos con la ropa que se les confeccionó, con el largo telar y los velos cubriendo la cabeza de maría y la barba envejeciendo el joven rostro de José, la escena cobró un realismo impresionante. El vaquero Cumbreño nos prestó ovejas, una vaca y un mulo.
Diseminamos pastores y pastoras por el monte, colocamos fogatas protegidas por piedras que las rodeaban, sobre el trípode hecho con madera de eucaliptus se sostenía balanceándose una olla con agua que hervía. Pusimos rebaños de cuatro o cinco elementos dispersos por el monte, atados, sujetos a estacas para que no se movieran del lugar. Pusimos la vaca y el mulo detrás de un pequeño pesebre sobre el que un niño de Dios acababa de nacer y era observado atenta y amorosamente por María y José, silenciosos y aturdidos.

     Desde el pequeño pueblo metido en el valle hasta la altura en la que ubicamos el nacimiento había un largo trecho que había que recorrer ya oscurecido por una angosta y retorcida carretera, estrecha y negra; y para hacer más llevadero y fácil el acceso de las visitas de nuestros vecinos, colocamos a cada cierto trecho unas bengalas hechas con palos a los que se le había atado a un extremo rollos de algodón de la fábrica impregnados en un líquido inflamable que llenaba cada tarde el camino a recorrer de fantasmagóricas visiones.
     Ya en la última curva se divisaba el monte con las fogatas encendidas, las figuras ateridas de frío y emociones, los animales vivos atados a las estacas o sobre los hombros de algún pastor, tal como habíamos visto que sucedía en los belenes hechos con figuritas de barro.
     Pero nuestras figuras eran de carne y hueso. Teníamos que trasladar a los animales cada tarde desde sus cuadras y corrales hasta el improvisado escaparate del Belén. Y al finalizar había que llevarlos de vuelta a sus establos. La vaca era lenta, inamovible y terca, y el mulo, afortunadamente, aprendió a hacer el camino llevando sobre su grupa un jinete al que tenía confianza. Las ovejas había que trasladarlas subidas a hombros de todos nosotros, pues separadas de su rebaño se negaban a dar un solo paso. Pesaban mucho. Solo los chicos más fuertes podían hacer el largo camino con ellas en los hombros.
     Todos teníamos papeles asignados en la obra, todos intervinimos de una u otra manera. Pero a la hora de la escenificación mímica del Nacimiento, solo yo les veía desde la falda del pequeño monte, después de haber dirigido cada movimiento y situado en la escena al personaje correspondiente, y viéndolos desde allí, en un conjunto humano único y maravilloso, no pude contener las lágrimas y volqué desde el pecho toda la emoción contenida hasta aquel momento.
     El día del estreno, mientras el frío nos atravesaba los huesos, sentía como una bendición la satisfacción de un trabajo bien hecho, conseguido y realizado con todo el esfuerzo del mundo que hasta entonces nos negábamos a reconocer. Todos los chicos quedaban cerca de una hoguera y así se impedía que sus miembros quedaran agarrotados por el frío. Yo cuidaba de que no faltara leña cerca y uno vestido de pastor la arrimaba cuando veía que las brasas se pegaban al suelo.
     La gente, los vecinos que habían asistido a nuestro incesante trabajo esperando ver qué salía de nuestros movimientos para emitir un juicio, se quedaron impresionados. Yo les veía asombrados y atónitos ante el espectáculo que les estábamos ofreciendo, que no habían podido figurarse. No faltó nadie. Es decir, cada día de puesta en escena del Belén al aire libre, con personas y animales vivos, pasando frío y penalidad manteniendo la estática postura de las estatuas, nuestros vecinos asistían sin falta ofreciéndonos también el sacrificio de su frío a cambio de su perpleja mirada llena de asombro.
    Todos, no. Faltaron algunos. Concretamente faltaron tres. Vino gente de fuera de nuestros lindes, de pueblos cercanos de la comarca. Salió una nota en la prensa de la ciudad. En ella se hacía un reconocimiento al éxito del Portal viviente, al esfuerzo realizado por los chicos que habían llevado a cabo tan sorprendente trabajo, y terminaba diciendo que los tres organizadores del acto, los maestros y el cura párroco de la localidad agradecían a todos su asistencia y la excelente acogida que habían tenido para con aquella extraordinaria iniciativa.
     Me mandaron el periódico a mi casa para que me sintiera bien al leerlo. Diario Odiel era todavía, lo recuerdo bien. Me sentí tan indignada leyendo la nota, que creo que el frío fue más intenso que el sufrido durante las tardes en el monte. Con un lápiz que tenía a mano garabateé encima y borré cuanto pude hasta casi rasgar el papel.
     Cuando devolví el diario a su dueño, el alcalde, estaba furiosa de la rabia. Aquellos tres personajes no solo no habían sido organizadores de nada, sino que además de no ir a visitarnos habían puesto todo su empeño en que no saliera bien. Nunca entendimos por qué.
      El domingo siguiente el cura párroco dedicó su homilía a afear nuestra conducta, criticando la osadía de hacer uso indebido de algo que no nos pertenecía. Se refería al periódico y se refería a mí, ya que solo yo había hecho aquello de que se acusaba a los demás. Me di por aludida y abandoné la iglesia. Detrás de mí salieron todos los otros. Nunca más volví a ella.
       De esto que cuento han pasado cuarenta y ocho años. A menudo lo recuerdo, sobre todo cuando llega la Navidad. Hace mucho que no he vuelto a saber de todos aquellos chicos y chicas que protagonizaron aquel bello y frío cuento que comenzó como un juego y terminó mostrándonos la parte más sucia y fea de una sociedad pueblerina llena de tabúes y dominios religiosos, de cerrados y oscuros callejones por donde se circula pegados a la pared, y se habla con un lenguaje indescifrable, con la voz amarga y retorcida de los conventos.

jueves, 5 de enero de 2012

CANCIÓN PARA EL MUNDO


Todavía le quedan ilusiones intactas, mareas, cataclismos, desmanes insolentes, amores infinitos. Aun le quedan canciones por componer, por descubrir, como tribus ignotas perdidas en la selva enmarañada del intelecto humano. Todavía quedan historias esperando encontrarse, sueños y utopías mezcladas entre el cemento de la civilización más prepotente. Todavía quedan la fascinación de algún encuentro, el misterio por descubrir de lo que queda dentro del corazón con capacidad para llevar la contraria a la mente razonadora y lúcida.

Todavía a este Mundo le quedan unos cuantos misterios. Mucha imaginación para superar crudas realidades, muchas preguntas para contestar, mucha búsqueda de uno mismo, mucho tiempo para seguir anhelando encontrar un lugar en ese mundo al que aun le quedan ilusiones, mareas, cataclismos…

miércoles, 4 de enero de 2012

VOCES BÚLGARAS

Carolina en la cocina mientras hace unos pinchos tropicales está cantando con su depurada técnica una canción de folklor imitando las delicadas voces búlgaras. Hace años que no la escuchaba cantar con tantas ganas.

Esta noche el ambiente es de fiesta y ella expresa con su canto el ambiente que reina en la casa. Los otros, cada cual en una tarea diferente, pero todos aplicados en una labor común, que es la de embellecerse para estar guapos en la cena. Limpios, bien vestidos y maquillados. Ese carácter jovial y al mismo tiempo formal con el que queremos acudir a las citas importantes.

Hoy toca cena de Navidad. Quien no se esmere no sale en la foto. Hay risas nerviosas y alguna expectación muy particular. Hoy viene a cenar el novio de Rosa. Lo trae a casa por primera vez desde que salen juntos. Mamá le dijo que no le parecía bien que el chico dejara a su familia para venir con ella, que mañana sería incluso mejor, pero ella insistió, además se justificó diciendo que él no tenía familia en España y que no iba a viajar hasta su país solo por pasar esta noche con ellos.

Quedó la cosa así. Y esta noche viene Ismael a cenar a casa. Nadie lo ha visto aun, ninguno de nosotros lo conoce. Rosa no nos ha enseñado ni siquiera una foto suya. Quiere mantener el asunto en secreto o simplemente no le da importancia al echo de que una imagen pueda servir para determinar la importancia o la valía de un individuo. Rosa es así, y es de esta segunda forma como piensa y no por abusar del secreto o la sorpresa.

Para sorpresa la que nos dio papá llegando anoche desde el destacamento en Irak en el que está destinado. Es Capitán especial de las fuerzas especiales y aprovechó un permiso de dos días para plantarse en casa a cenar con nosotras. Creemos que le gustará tener a Ismael esta noche, porque al menos habrá un hombre en la casa con quien podrá hablar de otros temas diferentes a los que tiene con nosotras. Papá quería un hijo varón, y buscándolo se juntaron con cinco hembras. Yo soy la mayor. Rosa, que será la que esta noche se convierta en la más seria y formal de la familia, es la segunda. Caro, que estremece la cocina con sus voces búlgaras, es la tercera.

A la hora convenida llamaron a la puerta y mamá que estaba cerca fue a abrir. Rosa ni siquiera oyó la llamada. Yo acudí detrás de mamá y pude verlo todo. Ismael, si es que se llamaba así, era un tipo alto, fuerte, con el pelo rizado pegado a la piel de la cabeza, completamente negro, sus rasgos eran casi invisibles en el vano de la puerta. Casi una sombra recortada con el fondo de luz del pasillo exterior de la vivienda. Era la sombra negra de un hombre negro.

En un español muy estudiado y correcto preguntó por Rosa Hidalgo. Después hubo unos momentos largos de silencio. Mamá no contestó enseguida o no dijo nada que yo pudiera oír. El muchacho repitió la pregunta mientras alargaba un envoltorio que pensé que sería una botella. Mamá no alargó su mano para cogerla. Se mantuvo callada y sin hacer ningún movimiento. Después, con la voz casi ahogada, sin saliva, la oí decir mientras cerraba la puerta lentamente, “lo siento, creo que se equivoca, esa persona que dice no vive aquí.”