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domingo, 24 de junio de 2012

LA VIDA DE MARÍA

La vida de María


Acabo de cumplir sesenta años y tengo la impresión de que nadie me echaría de menos si desapareciera. Llevo varios días pensando en eso.

Lo cierto es que nunca les he dado oportunidad de demostrarlo porque he sido yo quien siempre ha estado pendiente de ellos, acudiendo antes de ser llamada a atender sus necesidades, a tenerles la comida en la mesa, la ropa dispuesta y la casa limpia. ¿Pero qué pasaría si de pronto yo desapareciera? ¿Si de la noche a la mañana dejaran de tenerme ahí como un elemento más del mobiliario, como un instrumento de la cocina, como el perchero o las pinzas de colgar la ropa? Algo inservible a primera vista, de lo que puedes prescindir cuando no lo utilizas, pero esencial si no tienes con qué reemplazarlo.

Si, es cierto que siempre he sido yo quien ha estado ahí, esperando, y que antes de que me pidieran algo ya estaba hecho, la pregunta contestada, el médico avisado, el botón cosido y los ahorros dispuestos para la urgencia del primero que los necesitara. No han tenido que pedirme porque yo me he adelantado a sus necesidades y a sus caprichos, a sus cambios de humor y a sus cambios de novia, anticipándome a los fracasos para que dolieran menos y celebrando los triunfos antes de que la ilusión de las buenas notas fueran una realidad tangible y merecida. Nunca le di importancia a estas pequeñas cosas, es cierto, porque para mí era parte de mi trabajo, por mi condición de madre, de esposa y por supuesto y antes de nada, de mujer, lo que al parecer lleva emparejada toda una larga retahíla de motivaciones, prestaciones, deberes y obligaciones que cumplir como base principal del buen funcionamiento de la casa y la familia.

Era parte de la educación recibida y nunca ascendí de la categoría primaria. Pero me ha dado por pensar en eso, y me he sentido mal porque he comenzado a visualizar la respuesta.

Hace unos días me senté en la cama de una de las habitaciones a la que ya hace tiempo le falta el inquilino. Mi hijo mayor, que se casó y se marchó, dejando aquí sus treinta primeros años bien guardados, ordenados, limpios y recogidos. Tal cual los conservo. Era la hora del almuerzo, justo cuando empezarían a llegar por orden, primero Francisco, mi marido, y después los dos universitarios, último curso de carrera, Magisterio al fin, después haber iniciado otras dos anteriormente.

Francisco entra y grita “¡María!” y en aquel momento se me ocurrió guardar silencio, no responder. Lo oigo caminar al cuarto de baño, después retrocede y llega a la cocina, destapa la olla, y estoy casi segura que pincha algo, por esos momentos de silencio que se dejan flotando en los que ni una pisada ni un roce se percibe en el ambiente de la casa. Es como si continuase sola. Oigo que abre el cajón de los cubiertos y saca los suyos, es audible y reconocible cada ruido. Identifico todos los movimientos y hasta sus intenciones sin hacer el menor esfuerzo. Se va a servir la comida sin esperar a nadie, sin averiguar dónde estoy, sin ni siquiera comprobar si mis llaves estan sobre el mueble como de costumbre. Si está la comida dispuesta, está todo cuánto necesita. Saca un mantel individual, coloca los cubiertos, abre el cajón del pan, se sirve su plato, y come. Oigo la cuchara repetitiva y nerviosa chocando contra la loza del plato, sacudiendo las gotas que se escapan del caldo de las lentejas. Así hasta que termina y yo comienzo a llorar.
Han pasado dos semanas desde aquél experimento fortuito y doloroso, ¡porque fue doloroso, qué duda cabe! Y nadie supo donde estuve metida aquéllas dos horas largas que duró mi encierro voluntario. Francisco se retiró a dormir su siesta y los chicos ni se molestaron en buscar a mamá pensando que estaría con papá en la habitación común. Al final me quedé dormida y nadie preguntó ni indagó aquélla circunstancia tan rara de no verme trajinando en la cocina o en la casa a la hora del almuerzo.

Normalmente no me veían, esa era la lección que desprendía el momento.
Hoy, además de retirarme a la habitación de mi hijo ausente, donde sé que nadie me va a buscar, he dejado la cocina limpia y vacía, sin restos de comida por ninguna parte. Ni en la nevera ni en el microondas ni guardada en el congelador ni escondida en el cajón de los cubiertos ni en el del pan ni disimulada en el cajón de las verduras. Simplemente no he dejado comida, no hay comida hecha. Ni caliente ni fría, ni cocinada ni precocinada, ni a medio hacer ni quemada. No hay comida.

Ha llegado Francisco y ha gritado “¡María!”, y se ha dirigido al cuarto de baño de donde viene el ruido del agua mientras se frota las manos con urgencia. Eso sí, es limpio como los choros del oro. Retrocede a la cocina y se detiene ante la hornilla de gas, limpia, que yo también lo soy. Me imagino que mira a todos lados, extrañado y curioso; se está haciendo preguntas pero no sabe qué contestarse.

Y vuelve a gritar “¡María!”, caminando pasillo adelante; oigo sus zancadas y advierto su precipitación. Abre una puerta y luego otra, las va dejando abiertas, “menos mal” –pienso- “al menos no está dando portazos”, hasta que llega a abrir la puerta de la habitación en la que me encuentro, hecha un manojo de nervios y expectante.

Cuando nos vemos, veo que tiene la cara roja, imagino que de ira o de preocupación, no sé de qué, mejor no imagino nada. No sé qué es lo que él ve en la mía, pero yo sé que un pavor desconocido me domina y me paraliza. En mi casa nunca ha habido un mal trato ni se ha escuchado una voz más alta que otra, porque nadie ha dado motivos, tal vez. Tal vez esta sea una buena ocasión para sentar un precedente.

-María…¿Se puede saber qué coño estás haciendo?…-El rojo de su rostro era de ira, ya lo veo, es posible que antes lo dudara pero ahora está claro. -¿dónde está la comida? ¿Cómo es que no hay comida hecha? -

Aquello era todo cuanto le interesaba saber.

-Francisco… -comencé a decir titubeando.

-Ni Francisco ni leches, ¿se puede saber qué es lo que te pasa? ¿Cómo se te ocurre no tener comida? Cuando vengan tus hijos…

-Quería saber si…

-¡Calla!, ¡Calla y vete a la cocina!... fríe huevos, patatas, lo que sea…

Me puse el delantal y comencé a pelar patatas bebiéndome las lágrimas. Aquél día almorzamos a las cinco de la tarde y la armonía siguió reinando en nuestra casa.

No sé qué pasaría si por casualidad me muriera mañana… O si alguien en mi lugar muriera de forma inesperada…


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6 comentarios:

  1. Es un cuento de terror, de ese terror existencial que desprecia Hollywood y nos entretiene con chorradas de vampiros. Francisco y sus hijos, esos son los verdaderos vampiros que terminan dejando exangües a tanta María
    Hay realidades realmente monstruosas, y nos asustan bichos dentudos que se cuelan en cápsulas espaciales, tan lejos de nuestras realidades. Hay muchas Marías, y algunas terminan cabreando a uno de los miles de Franciscos cuando quieren dejar de serlo. De toda la vida de Dios esto fue así, y los Franciscos creen: que trabajan ¡taaaan duro!, que se han ganado el derechjo de ser servidos el resto de la jornada; porque esto va así, francisco tiene horario, y María, no.
    Lo peor es que, muchas veces, es María la que va engordando a sus victimarios, con esa solicitud ingenua que aspira a la imprescindibilidad, y al hipotético agradecimiento que habrá de generar.
    Particularmente creo que nada se agradece más que las buenas costumbres; la cordialidad y la justicia en el trato o la solidaridad, que en los que ya no son niños, debe tener la consideración de DEBER. Mi madre decía: "El que se acostumbra a recibir, es incapaz de dar"

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  2. Me has dejado casi como María, nerviosa y asustada. De veras me llevaste hasta esa habitación donde el refugio es corto,la pena enorme y la vida significa menos de lo que desearíamos.
    Un fuerte abrazo, vengo por recomendación de Reyes.

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  3. 60 años son demasiados para empezar entender que la moto que nos vendieros estaba averiada, que la libertad, por amenazante que parezca, es un camino posible aunque nos distancie de todo lo que se da por supuesto, que no hay mejor agradecimiento que el de uno mismo, que jay cosas mucho peores que estar sola y que darse cuenta demasiado tarde es sin duda peor. Tendrá reaños María para romper con una situación que le hace desgraciada? Se enfrentará con decisión a lo desconocido para ser libre? 60 años perdido, cuántos por rescatar? Me gusta tu entrada, porque es una historia lamentablemente demasiado frecuente pero tan bien narrada, en esa 1ª persona, tiene tensión. Un abrazo grande

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  4. Me lo han enviado por correo. Espero que sea un cuento (en tu caso; porque es la realidad de generaciones de mujeres).

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    1. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios.

      NaN, afortunadametne es un cuento, no tienen nada que ver con mi realidad, pero desgracidamente, cualquier ficción se queda corta ante la realidad de mucha gente.

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