blues y blog

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domingo, 12 de febrero de 2012

UN JUEZ LLAMADO QUIJOTE

Si yo cometo un delito y me descubren, me meten presa, me hacen un juicio y me condenan. Aunque tenga abogados defensores y aunque el delito no sea grave. Depende de quién sea yo, qué categoría social tenga, qué relaciones aporte, que tipo de ropa use, qué bufete de abogados me represente.
      ¿Para qué nos engañamos diciendo que la justicia es igual para todos? No es verdad. La justicia tiene distintas capacidades y medidas; varas de medir, que se decía antes. Un delincuente común de baja estofa, un muerto de hambre que trafica merca para ir tirando y pagar su propio consumo, sufrirá una condena mayor, en comparación, que el traficante que negocia con toneladas de cocaína, si éste ha sabido buscarse el apoyo legal del que ha carecido el desgraciado que vende las menudencias.
    La justicia funciona así, no hay que darle más vueltas. Y no es una cosa nueva. Hace algunos años, un amigo tuvo problemas bastante serios con la justicia. Por alargar engañándose una gran crisis económica, dio talones sin fondo. El abogado defensor le dijo que podía sacarlo del apuro, que no iría a la cárcel o que la pena sería la mínima y con los atenuantes que presentaran no debía temer nada. Pero que vendiera lo que tuviera de valor si no tenía dinero, porque iba a necesitarlo para untar muchas togas.
   Actualmente, a nuestro alto, guapo y simpatiquísimo infante consorte, duque de algo para más señas, no se le va a grabar su declaración cuando vaya al juzgado a declarar por su imputación, porque “no todos los imputados son lo mismo”, según palabras que justifican esta medida, de un miembro del partido judicial en el gobierno. Si ya comenzamos estableciendo diferencias, podemos calcular lo que nos espera por ver todavía.
   Y esto es así. Las leyes parecen estar escritas en diferentes libros, con artículos que se desarrollan de distintas formas, con diversos planteamientos; los jueces parecen haber asistido a distintas escuelas para jueces, los condenados lo son en razón de su bolsillo. La justicia también se compra y se vende, como en tiempos de don Francisco de Quevedo.
  
   Lo que ha sucedido con la condena y el anterior procesamiento de Baltasar Garzón, ha estado motivado por las antipatías, los recelos y las envidias que el juez levanta. En el mundo de las leyes y los leguleyos hay muchas categorías, y enfrentamientos y celos, como en el mundo de la judicatura, de los fiscales. Como en el mundo del arte, de las vedettes y de los grandes y mediocres chupatintas. Los escritores se copian y se envilecen hablando mal del que ha vendido más libros que él o del que tiene más fama. Los jueces, por muy jueces y dueños de las leyes y sus interpretaciones que éstos sean, algunos de ellos, claro está, no dejan de ser personas cargadas de miserias y vicios y defectos humanos.
   Esto es así, de siempre, no hay que darle más vueltas. Lo sabemos todos. Lo que nos ha pasado ahora es que la figura del Juez Garzón nos ha llegado muy adentro a los que no somos rapaces compañeros de despacho ni ostentamos el título de juez. Lo que nos ha pasado a los que defendemos al Juez Garzón es que hemos visto en él a la figura valiente capaz de enfrentarse a instituciones y gobiernos, de desafiar la fuerza bruta del terrorismo, de ponerse al frente de las investigaciones para descubrir y castigar mafias corruptas protegidas por gobiernos constitucionales. Nos ha pasado que levantó la tierra para buscar los cadáveres de nuestros muertos, asesinados por el régimen de Franco, aquel dictador que sigue intocable y vivo después de que ni uno solo de sus huesos quede entero para el recuerdo.       

    Yo sé que si este Juez, estando de guardia, le toca llevar mi caso por haberme llevado un abrigo sin pagar de unos grandes almacenes, me juzgará, me impondrá un castigo aunque yo lo mire con cara de no haber roto un plato y lo odie por no tenerme compasión. Lo sé, pero no es eso lo que estamos acusando. Si el juez no tendría compasión de mí, ¿por qué he de tenerla yo de él? Pues sencillamente porque el juez está haciendo su trabajo y utiliza las armas que tiene para infligir un castigo sobre quien comete un delito.

    Bajo este punto de vista habrá que entender que los Jueces juzgan al Juez y lo condenan porque ha cometido un delito tipificado en el código civil como falta muy grave. Pues no, imposible admitir esto. Se le condena porque se le tiene preparada la tumba profesional, porque se la tienen sentenciada. Quienes le han envidiado y criticado por su osadía, por su relevancia, por su valentía. A nadie se le olvida que Garzón hizo lo que no hizo ni se le ocurrió a hacer a nadie, y fue detener a todo un dictador criminal y golpista a la primera ocasión que sacó la nariz fuera de su país. Que ha estado al frente de todas o la gran mayoría de las investigaciones por terrorismo, por tráfico y corrupción de este país; que mientras el nombre de ninguno de sus colegas ha sonado nunca, el suyo traspasaba las fronteras y generalmente lo hacía en alas del elogio y la felicitación de otros colegas o colectivos europeos y de Estados Unidos y países sudamericanos.       
    Y resulta que un grupo denominado así mismo “sindicato”, obtiene la ayuda necesaria por parte de otro juez para dar forma y contenido a la denuncia. Y a pesar del hecho contraproducente e inaudito, que por sí solo ya habría invalidado dicha petición de denuncia, en este caso es aceptada y llevada a trámite, desarrollada hasta sus últimas consecuencias. Y es así como todas las envidias se fortalecen aunándose. Y cómo hurgando y espulgando e insistiendo y desmenuzando cada letra de las que tan bien conocen los señores letrados, se llega a la conclusión de que el Juez Garzón ha prevaricado.        
   
    Algo tenía que hacer mal el Sr. Garzón. Actuar sólo con la vigilancia de los fiscales, ayudado y apoyado en ellos, conocedores de las intenciones y sabedores de lo que hacían. ¿También prevaricadores? Al parecer esa falta –si lo es-, no les concierne a ellos.        

    Y a partir de ahí el camino está allanado para continuar haciendo mella sobre el nombre y la persona del Juez Garzón. Los mediocres unidos jamás serán vencidos. El Juez deja de serlo, mientras por la desolada llanura de un país llamado España, cabalga pobre y aterido, subido a un viejo jamelgo desnutrido al que le salen huesos hasta por las crines, la figura de un viejo acabado y vencido al que todos han dado en llamar Don Quijote.

2 comentarios:

  1. Maravillosa forma de narrar el drama que vivimos en este país.
    Pero no olvides que los millones de Sancho Panza que le acompañamos, no dejaremos que recobre esa "cordura" con la que le quieren castigar, y seguiremos diciéndole:"No se me hunda, mi señor, que aún quedan muchos entuertos por corregir, y usted nos sigue haciendo falta"...

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    1. ay, Rosal, que bonita forma de responder. somos muchos millones de Sancho, si, pero las oligarquías están bien instaladas.
      Un beso, sigue tan optimista.

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