María va por primera vez a la oficina de empleo. Cuando llega su turno, pregunta el funcionario, indiferente, y comienza a rellenar su ficha.
Nombre: Mujer.
Edad: La de todas las mujeres de la tierra, más o menos.
Profesión: Comodín de baraja, ministra sin cartera, médico sin instrumentos ni enfermera, abogada sin despacho y sin minuta, peona chapucera, aprendiz de mamá, señora de la casa, portera, fregona, secretaria, cocinera… y algunas cosas más que omito por modestia.
Raza: Humana.
El funcionario, displicente, sonríe y explica, extrañamente divertido.
--Se da por hecho, mujer… Usted, por supuesto que es humana, occidental, europea. Sólo debe poner si es blanca o negra.
--Pues no sé qué decir… Dios mío, que dilema, porque verá, al levantarme soy blanca como la cera y después, según va pasando el tiempo voy cambiando de color, y a la hora de la cena soy negra, como el carbón. ¿Qué cree que debo poner ante tanta confusión?
--Se lo repito, señora, usted es blanca, de aquí, debe poner raza blanca y se acabó.
--Pues no lo tengo tan claro. Fíjese que mis padres me dijeron que vinieron de Marruecos, mi marido es musulmán aunque no profesa fe, y mi hijo es ultra sur…
--¡Oh, déjese de historias ya –el funcionario deja la amabilidad para mejor ocasión- firme la solicitud y démela.
--Espere, espere, que aún me quedan por rellenar algunos datos. Aquí piden sexo, ¿ve? Por si acaso no coincide con mi nombre, y el número del carné, y la cartilla del paro… -
-Señora… firme la historia, selle la boca, haga un curso de cocina, déjeme en paz. Deme la solicitud, váyase ya… se lo ruego.
--Tenga el papel, rómpalo. Ya volveré si me entero que han cambiado el cuestionario, que hagan preguntas que yo pueda contestar. Que no me pregunten sexo, raza, condición… Yo vengo a pedir trabajo, nada más.
La señora se levanta y se va, la espalda cargada de dignidad. El funcionario se coloca bien las gafas, ordena unos papeles en la mesa, mueve la cabeza resignado y continúa con su retahíla.
--Siguiente…
Nombre: Mujer.
Edad: La de todas las mujeres de la tierra, más o menos.
Profesión: Comodín de baraja, ministra sin cartera, médico sin instrumentos ni enfermera, abogada sin despacho y sin minuta, peona chapucera, aprendiz de mamá, señora de la casa, portera, fregona, secretaria, cocinera… y algunas cosas más que omito por modestia.
Raza: Humana.
El funcionario, displicente, sonríe y explica, extrañamente divertido.
--Se da por hecho, mujer… Usted, por supuesto que es humana, occidental, europea. Sólo debe poner si es blanca o negra.
--Pues no sé qué decir… Dios mío, que dilema, porque verá, al levantarme soy blanca como la cera y después, según va pasando el tiempo voy cambiando de color, y a la hora de la cena soy negra, como el carbón. ¿Qué cree que debo poner ante tanta confusión?
--Se lo repito, señora, usted es blanca, de aquí, debe poner raza blanca y se acabó.
--Pues no lo tengo tan claro. Fíjese que mis padres me dijeron que vinieron de Marruecos, mi marido es musulmán aunque no profesa fe, y mi hijo es ultra sur…
--¡Oh, déjese de historias ya –el funcionario deja la amabilidad para mejor ocasión- firme la solicitud y démela.
--Espere, espere, que aún me quedan por rellenar algunos datos. Aquí piden sexo, ¿ve? Por si acaso no coincide con mi nombre, y el número del carné, y la cartilla del paro… -
-Señora… firme la historia, selle la boca, haga un curso de cocina, déjeme en paz. Deme la solicitud, váyase ya… se lo ruego.
--Tenga el papel, rómpalo. Ya volveré si me entero que han cambiado el cuestionario, que hagan preguntas que yo pueda contestar. Que no me pregunten sexo, raza, condición… Yo vengo a pedir trabajo, nada más.
La señora se levanta y se va, la espalda cargada de dignidad. El funcionario se coloca bien las gafas, ordena unos papeles en la mesa, mueve la cabeza resignado y continúa con su retahíla.
--Siguiente…
No hay comentarios:
Publicar un comentario