blues y blog

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domingo, 25 de diciembre de 2011

YA HA PASADO LO PEOR. AHORA TOCA RECOGER LOS RESTOS DE LA BATALLA.

Hola, buenos días, amigos. Ya pasó lo peor, ¿no? Creo que para muchos la peor noche de nuestra vida. La noche en la que depositamos tanto trabajo y esfuerzo, en la que volcamos tantas energías. La noche de la gran Esperanza, en la que tanto necesitamos que se produzca el Gran Milagro. La noche de la magia, del misterio, del dolor. Es la noche en la que más nos duele todo, pero sobre todo en la que nos duele de forma especial la soledad. Es la noche en la que más solos hay, solos multiplicados por muchos cientos de seres acompañados. Soledades arrinconadas en la trastienda de la fiesta, de la gran mesa puesta, del barullo, del lujo, de la sonrisa hipócrita, de la necesidad de transformar en felicidad la soledad del día a día que nos está matando. Es la noche en la que escenificamos desfigurado el gran cuento, convirtiendo en guión universal una manera arcaica de entender un pasaje histórico. Pero ya pasó todo, afortunadamente. Quedan las sobras de anoche para almorzar hoy, quedan restos de pintura sobre los ojos para llorar hoy con una mirada más serena, con un dolor adulto y mejor distribuido; quedan determinaciones que tal vez no se lleven a cabo de forma automática, pero que serán el grano que germine mañana. Queda la soledad, qué duda cabe, pero asumida y reconfortada por esa misma determinación. Y quedan los restos del paso de esa Noche Buena por nuestra casa, del paso de los invitados, de los amigos, de los familiares que vinieron a felicitarnos o a comer con nosotros y a gorronearnos nuestra soledad para no llevársela ni entenderla ni compartirla. Yo no tendría que haber ido tan lejos a celebrar esta Noche Buena. Hubiese sido mejor haberme quedado en casa, poner una mesa larga en el centro del rellano de la escalera. En la planta en la que vivo somos cuatro familias y en cada una de ellas hay un drama diferente que todos tratamos de ocultar al otro para que nadie sepa, para que nadie nos tenga lástima, para no inspirar en nadie la caridad que no queremos ni podemos ejercer sobre los otros. Y en esa mesa larga, escenificar otro gran momento bíblico y reunidos en asamblea, compartir lo poco que cada uno tiene, pero sobre todo, vaciarnos de amor hacia el otro compartiendo con ellos nuestros propios dolores, y así nuestra soledad estaría menos sola, pienso yo. Cuando volvía de esa cena familiar, correcta, a veces divertida, alegre otras, un grupo de vecinos o de familias se dispersaban alrededor de varias hogueras montadas en plena calle. Sonaba música a todo volumen, se oían risas, risotadas, villancicos flamencos jaleados y acompañados de palmas y jolgorio. Perdí la vista de ellos cuando el coche se alejó de la escena, pero mantuve el espíritu con ellos. ¿Realmente se lo estaban pasando tan bien como parecía? No lo sabré realmente si pienso en cada uno de ellos de forma individual, pero el conjunto era feliz y estaba alegre, sin duda. Como colectivo, como grupo, la humanidad funciona en términos reducidos, a la pequeña escala de hacer de una noche el motivo para estar justificadamente en la calle haciendo hogueras y cantando por Jerez al toque de palmas y bulerías. Los que viven en la calle, en chabolas, en caravanas, bajo el puente y sobre cartones, harán una gran hoguera y asarán patatas o boniatos o lo que hayan podido acarrear de por ahí; echaran sobre las llamas todo el resto de la amargura que les quede, que crepitará junto a la sal despidiendo chispas. Se reirán y lloraran sin lágrimas de todo y por todo, beberán un vino desfigurado por el alcohol y la fuchina y hasta es posible que acaben amándose un poco o a puñetazo limpio. Se taparán el frío con el fuego y el hambre con la desesperanza que arrastran y a la que están acostumbrados. Ellos no esperan nada de la Noche Buena. Ellos son los más inteligentes, porque ellos saben que todas las noches serán como deban ser. Ni más ni menos. Igual de malas o de buenas como vengan escrito en las estrellas. Pero quizás es que solo yo estoy triste y al resto de la gente no le suceda nada en navidad, y sea capaz de escribir páginas gloriosas en sus vidas mientras yo trato de desbaratar el sistema con mi amargura. Quizás es que me amparo en el disfraz de esta noche para ocultar la rebeldía. No quiero ser feliz a cualquier costa ni por cualquier motivo, y mucho menos quiero ser feliz porque lo pregonen los carteles publicitarios, las campañas comerciales de los grandes almacenes o las agencias de viaje. Quiero ser feliz y estar alegre porque me toca, porque debe ser una obligación, porque todos debemos estarlo para ayudar al que no lo esté, pero porque nos salga de las tripas, porque se nos haga necesario, porque nos lo ordene nuestro propio sistema de supervivencia. Pero bueno, en fin, que ya todo ha pasado. Que comeremos lo que quedó anoche del asado, de la ensalada, de los huevos, los mariscos y el jamón bien conservados. Que no podemos tirar nada, que hay mucha gente que pasa hambre en el mundo y tirar algo sería un sacrilegio, un pecado que no queremos cometer.

2 comentarios:

  1. Ya lo he dicho varias veces: Para mí, los poetas son un regalo para la Humanidad. Como piedra preciosa, Lola, eres un diamante con la capacidad de cortar el cristal del alma e iluminar sus rincones más oscuros. Consigues que los sentimientos que se abotargan en el corazón salgan a la luz. Gracias por decir por mí lo que yo no sé hacerlo.

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  2. Sin duda que tienes toda la razón.

    Sabes qué¿ nosotros éramos tan pocos que pudimos arropar todas nuestras soledades...

    Y este blog?

    Besos

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