
En nuestras calles los naranjos sembrados en los patios y en las puertas inocentes de las casas también quedaban vistos para sentencia. Me causaba dolor ver aquellas mutilaciones y no entendía que fuesen necesarias. Las calles se llenaban del intenso olor de las ramas quebradas olvidadas en el suelo. Pero a mí me entristecía pensar que en el cementerio, las ramas taladas pudiesen oler a muerto.
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