blues y blog

blues y blog
imagen

lunes, 16 de enero de 2012

EL HOMBRE DEL PARQUE

El pequeño parque infantil de la urbanización está siempre vacío. Cerrado para el público en general por una alambrada alta, y una puerta lateral cerrada con cerrojos y un fuerte candado atado a un metro de cadena gruesa que mantiene siempre el lugar protegido de injerencias extrañas. No es necesario prohibir la entrada al recinto a los extraños, porque los propietarios de los chalets adosados tienen su propia entrada independiente desde el interior de la urbanización.
   Allí es donde encuentro la inspiración. Hay dos columpios permanentemente quietos, dos toboganes de diferentes tamaños por los que no se resbala nadie, de láminas brillantes, como si nunca acabaran de ser estrenados. Dos patitos que se mueven atrás y adelante–supongo- balanceándose cuando el niño suba, y otros elementos destinados a gente mayor, como bicicletas estáticas y aparatos de estiramientos y ruedas giratorias, para quienes hipotéticamente acompañen a los pequeños.
   Desde el exterior, un grupo de niños agarrados a las mallas metálicas observa el parque vacío con sus columpios quietos invitándoles silenciosos a subir. Como si hubiesen recibido una orden, todos a una, trepan escalando con agilidad las vallas y pasan al interior. Ninguno queda fuera.
   Observándoles resulta sorprendente la facilidad con que los chicos han hecho caso omiso al impedimento, aunque ninguna otra señal les prohíbe acceder al interior. Les envidio de todo corazón sentado en un banco apoyando los brazos en la torpe libertad de mis muletas. Últimamente agradezco que lleguen estos desharrapados a inundar el parque con sus prisas. Así entretengo mi tiempo desocupado.
   A medida que van tomando posesión de los cacharros, sus cuerpos empequeñecen con lentitud de forma que solo lo perciben cuando al hacer el intento de escalar los peldaños para subir al tobogán, sus piernas no alcanzan a dar el paso ágil de las veces anteriores. Los más pequeños desaparecen antes. Hasta que uno tras otro, los seis, son como virutas y al fin se pierden de mi vista.
   Ya son tan pequeños que quedan mezclados entre la gravilla suelta que se acumula junto a las patas de los juguetes metidos en la tierra, cuando yo me levanto del banco y me voy apoyándome en mis bastones y arrastrando lentamente mis piernas ortopédicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario