blues y blog

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Yo Solo Pido Un Sueño


Paseando por la ciudad, al atardecer de un invierno que se prepara acelerando el frío, entre abrigos de pieles y prisas y coches y cajas de regalos; entre alucinaciones de colores, estrellas rutilantes a tres metros del suelo y un intenso olor a castañas asadas; entre el vaho que despiden las bocas ateridas y el calor satisfecho de los guantes de lana, y el atrevimiento del hombre que se juega la vida sobre un cajón ganándose migajas de aliento interpretando a un “Mimo” disfrazado de árbol plantado en la avenida; entre satisfacción y prisa, entre empleados que corren para meterse en el bar a tomar algo caliente y compradores que miran ávidos o indiferentes los escaparates; entre unos y otros, entre bulla y despilfarro, entre indiferencia y sorpresa, entre miradas asombradas de niños y satisfecha de los abuelos que los toman de la mano; entre todos ellos estaba él tendido en el suelo sobre un metro cuadrado de cartones viejos, arropado con unas mantas andrajosas, sucio, con una barba crecida y desgreñada entre gris y amarilla, con los mocos congelados entre la nariz y el labio, con la mirada desatenta y perdida como un animalillo abandonado. Nos miraba a todos como si quisiera reconocernos. Y nos olvidaba enseguida. Por si había alguna duda de lo que era, de qué quería, explicaba mediante la leyenda escrita con tinta chorreante sobre un viejo cartón: “No me den limosna. Yo solo pido un sueño”. De buena gana me hubiese quedado junto a él, porque tal vez cualquiera, desprendido de materialismos, egoísmos y con la cartera llena, se hubiese ofrecido a darnos su sueño. Y me hubiese encantado saber cual era.

1 comentario:

  1. Me gustaría antes publicar una entrada, pero no sé cómo. Esto es la hostia

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